lunes, 31 de agosto de 2020

CA 10 Las Matanzas de Gatos, Folclore e Historia

 




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Estamos en agosto de 2020 y este es el episodio 10 del podcast “Las Matanzas de Gatos: folclore e historia”, y como el título nos avisa hoy volvemos la mirada hacia un animal doméstico que está presente en la historia humana desde hace milenios: los gatos. Varias razones explican que este programa esté dedicado a los gatos, entre otras, que agosto es el mes de los gatos  y de hecho el 8 de agosto es el día internacional del Gato, cosa curiosa es que en total hay como tres días al año dedicados a homenajear a estas mascotas, lo que de por sí ya es bastante llamativo. Para hablar de los gatos habría que dedicar mucho, pero muchísimo tiempo, porque la interacción entre las personas y los gatos es una historia de muchos capítulos. Dado que son animales domésticos, solemos dar por sentado que ya sabemos bastante de las mascotas, pero el comportamiento de perros y gatos todavía nos depara sorpresas y por ello existe una disciplina que se aboca a su estudio, la etología. La ciencia nos enseña cada día que aún queda mucho por aprender sobre estos animales con los que compartimos nuestras casas y nuestras vidas, pero si a todo esto le agregamos además la dimensión histórica, entonces de seguro que podemos encontrarnos con sorpresas insospechadas. Algo de eso es lo que vamos a intentar hacer en este episodio al retroceder en el tiempo a un periodo muy particular de esta extensa relación entre personas y gatos.

 Para entrar en materia te comento que lo que vamos a ver en este podcast está basado principalmente en el libro de Robert Darnton titulado “The Great Cat Massacre… and Other Episodes in French Cultural History”, un libro de Basic Books de 1999. Si tienes la oportunidad de adquirirlo te lo recomiendo de todas maneras porque es una investigación fascinante que nos adentra en pasajes mayormente olvidados de la Francia de inicios de la época moderna o a medio camino entre el medievo y la modernidad, con todas las luces y sombras del “Ancient Regime” (Antiguo Régimen). No sé si estará disponible una edición en castellano, pero es un libro que vale la pena leer. En particular lo que vamos a ver hoy sigue el capítulo 2 titulado “Workers Revolt: the Grate Cat Massacre of the Rue Saint-Severin”. ¿Por qué vamos a usar este material? Por lo que te comentaba recién, que cuando se trata de las mascotas suponemos saber mucho de ellas pero eso no siempre es así y definitivamente no lo es cuando nos asomamos a la relación histórica entre las personas y los gatos. Después de revisar este material que Darnton pone a nuestra disposición te aseguro que estarás de acuerdo conmigo en que la historia de nuestras relaciones con estos pequeños felinos es tan impresionante como desconocida.

 

Darnton nos sitúa en el siglo XVIII francés y a partir de una serie de textos de cronistas de la época reconstruye un olvidado acontecimiento que en su momento generó algún revuelo. Estamos a fines de los años 1730s en una imprenta de la calle Saint Severin en el París de Luis XV. En este taller trabajan muchos obreros y entre ellos dos jóvenes aprendices de nombres Jerome y Léveillé. Las condiciones en las que trabajan los jóvenes son deplorables, cosa que al parecer era común en los talleres de imprenta de la época. El taller era propiedad de un hombre acaudalado, un burgués que profitaba de un buen negocio como lo era la publicación de libros en aquel entonces. Pero, como anunciábamos, los beneficios del negocio quedaban en manos del dueño de la imprenta, algo menos para los maestros del taller y al final los aprendices recibían nada más que la comida necesaria para sobrevivir. Los jóvenes no comían con el dueño de la imprenta sino en la cocina y se alimentaban de las sobras y al parecer de la comida que dejaban los gatos. Y aquí aparecen los gatos. La esposa del dueño del taller amaba a sus gatos y por ello había varios en casa (el libro nos aporta el dato de que había un dueño de imprenta que tenía hasta 25 gatos en su casa, prueba de que entre la gente pudiente había varios amantes de los gatos). El buen trato que los dueños dispensaban a sus gatos contrastaba con el malvivir de los jóvenes aprendices; como te dije, los muchachos comían aparte, mientras los gatos se paseaban en el comedor donde se alimentaban los patrones. Para colmo, los gatos solían instalarse en el techo del taller para maullar en las noches, justo sobre la pieza en la que dormían los muchachos, los que debían levantarse temprano, 4 ó 5  de la mañana, muchas veces medio dormidos tras pasar una mala noche por el hambre y el ruido de los animales. Así las cosas un buen día los jóvenes deciden poner fin a esta situación y urden un plan para vengar su desventurada existencia. Léveillé, quien al parecer tenía un particular talento para imitar sonidos, se trepó al techo hasta situarse sobre la pieza de los dueños y allí pasó varias horas maullando como los gatos, de modo que los dueños no pudieran dormir. Por lo visto aplicó este tratamiento varias noches y consiguió convencer a los dueños de que eran víctimas de alguna suerte de maleficio, quizás la obra de alguna bruja o hechicera. Cansados de tanto escándalo y para poner fin a la tortura, el patrón le ordena a los muchachos que se deshagan de los gatos y su señora les pide que cuiden, eso sí, a su preferida, una gata que llamaba la grise. Los aprendices no perdieron la oportunidad y premunidos de herramientas y fierros que se hallaban en el taller salieron en busca de los gatos para matarlos uno por uno. La primera en morir fue la grise, la gata regalona de la esposa del patrón, a la que le quebraron la columna a golpes de fierro. En su expedición punitiva los jóvenes vengadores logran de alguna manera atrapar a varios de los gatos y aprovechando que con la batahola se habían juntado más personas que trabajaban en el taller montaron una suerte de parodia de tribunal donde deciden someter a juicio a los desventurados felinos. El improvisado tribunal cuenta con guardias, un confesor y un verdugo. En un juicio express, los gatos son declarados culpables, el confesor les administra los últimos ritos cristianos antes de la ejecución y todo termina con los gatos colgados en un improvisado cadalso, tal como eran colgados los criminales en aquellos tiempos. Cuando el dueño y su esposa llegan al taller se encuentran con la dantesca escena de los gatos colgados y espantados con la muerta de las que fueran sus mascotas se retiran amargados consolándose con que al menos se habían salvado del maleficio que pesaba sobre ellos. Al final los obreros quedan solos en el desordenado y ensangrentado taller, pero muertos de la risa por el ardid con el que habían engañado a sus patrones y de paso consumado su venganza contra los dueños encarnada en la eliminado de los felinos. Esos son a grandes rasgos los hechos de la gran matanza de gatos que tuvo lugar en la calle Saint Severin de París en los años 1730s. Darnton nos agrega el detalle de que este luctuoso episodio es conocido porque muchos años después, cuando ya era un hombre adulto, uno de esos jóvenes, supuestamente Jerome, cuyo nombre verdadero era Nicolas Contat, puso por escrito estos hechos a propósito de que en su vida adulta se dedica a recordar este y otros acontecimientos de su carrera laboral en reuniones con sus amigos en los que recrea estos hechos y que, tal como había sucedido en el pasado, terminan con las risas del público y las felicitaciones por la broma con la que se habían vengado de sus patrones y de los gatos. El relato de Contat fue recuperado del olvido mucho tiempo después y así fue como Darnton lo incluyó en su libro para que nos enteráramos de la gran matanza de gatos parisina.

 

Me imagino que te preguntarás qué sentido tiene rescatar una historia tan salvaje, violenta y cruel como el de la matanza de gatos o para qué tomarse el trabajo de incluir una barbaridad como esta en un libro de historia, con todo el agregado de la inhumanidad de estas personas que eran capaces de hacer chistes y burlarse con el sufrimiento de los animales. Bueno, Darnton nos dice que la importancia de este tipo de narraciones olvidadas o ignoradas radica en que nos abren puertas muy valiosas para ver la vida y el mundo con los ojos de la gente común y corriente, quienes vivieron en una época de transición entre el “Ancient Regime” y eso que ahora llamamos modernidad.

 

Darnton nos cuenta que la industria de la imprenta en la Francia del siglo XVIII era un buen reflejo de las condiciones sociales del periodo, donde se imponía una dura estratificación de clases sociales; los dueños de las imprentas eran burgueses de clase media relativamente acomodada, mientras que los trabajadores constituían una clase inferior que trabajaba mucho y percibía un pago más bien escuálido. Podrás imaginar que el panorama era todavía peor para los aprendices, como es el caso de los jóvenes de esta historia. El siglo XVIII, el Siglo de la Razón, vivió un auge de la industria del libro; se vendían muchísimos libros y el comercio de libros, tanto local como internacional, iba viento en popa, todo lo cual incrementó la posición de riqueza de los dueños de las imprentas en esos años. A su vez, este favorable entorno económico propició un proceso de concentración del negocio en unas pocas manos (cualquier parecido con la actualidad es mera coincidencia); como además el negocio era hereditario, se traspasaba del dueño a otros miembros de su familia, los trabajadores no tenían ninguna posibilidad de hacer carrera o aspirar a ascender hasta llegar a tener su propio taller, salvo que algún afortunado lograra casarse con la viuda de un propietario de imprenta. Era un mundo muy excluyente, plagado de fricciones, en el que los dueños miraban en general a sus trabajadores como borrachos, flojos, mentirosos y pendencieros. Como ejemplo de lo malo que era el “clima laboral”, se llamaba “veterano” al empleado que cumplía un año de trabajo, lo que nos da una idea de la alta rotación de puestos de trabajo, es decir, la estabilidad laboral era casi desconocida en ese contexto. Darnton hace una observación muy interesante al pintar este cuadro, si recordamos la imagen romántica con la que se solía recordar a los talleres de la era pre industrial, es decir, que antes de la explotación capitalista de los obreros industriales, los antiguos talleres de artesanos eran mucho más armoniosos y pacíficos, herencia de antiguas tradiciones medievales. Bueno, las imprentas francesas del siglo XVIII nos cuentan una historia distinta; un recordatorio de que las malas relaciones entre empresarios y obreros anteceden al capitalismo moderno.

 

En fin, volviendo a nuestra historia, tenemos que entender que en el taller de la calle Saint-Severin subsistía una larvada animadversión entre los dueños del taller y sus trabajadores, dada las precarias condiciones de vida de estos últimos; lo que en todo caso era una situación común a todo el rubro de las imprentas. Lo cierto es que las malas relaciones o relaciones de explotación que prevalecían en el taller nos ayudan a entender por qué un grupo de trabajadores, y en este caso los del escalafón más bajo como eran los aprendices – los últimos de la escala – deciden en un momento armar este ardid para vengarse de alguna manera de sus patrones, aunque sólo fuera de forma simbólica. Y es aquí donde la venganza toma forma en los gatos: los gatos van a ser el medio a través del cual los hombres expresen su resentimiento, para que puedan burlarse de sus patrones aunque sólo sea por una vez. La pregunta obvia es ¿por qué los gatos? ¿y por qué torturar a los gatos es tan divertido para estos obreros? Bien, es una larga historia, pero que aquí vamos a intentar abreviar en sus aspectos principales.

 

 

CRÉDITOS 

"Secret Igloo", Yan Terrien

"Sneaky Adventure", Kevin MacLeod

"Infados", Kevin MacLeod

"Ghost City", Dmitriy Diomores

"The Tavern", Joseph McDade

"Mortal Landscape", Max Sergeev

"Sunrise", Ilya Marfin


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